Calma en los mercados. Las emociones vividas con el campeonato Mundial de Fútbol han rebajado la intensidad informativa de la nación e incluso la del mismísimo debate sobre el estado de la nación o la sentencia del Estatut. Además, medio país está ya de vacaciones mientras el otro medio prepara las suyas; las empresas están inmersas en el medio gas que supone esta época estival y las calles del país se vacían a media tarde cuando el mercurio coquetea con los cuarenta grados y los ciudadanos solicitan amparo ante sus ventiladores y equipos de aire acondicionado del Mediamark en la comodidad de sus sofás, viendo el Tour con el rabillo del ojo mientras Morfeo intenta seducirlos para que caigan en sus brazos.
Y la crisis parece haber pasado a un segundo plano, detrás de Iker Casillas, la ola de calor y la canción del verano. ¡Hasta el Ibex se apunta al olvido! Bendito paréntesis. Pero todos sabemos que irremediablemente llegará el otoño.
Aún no sabemos si los huevos de Giorgi Dan se convertirán en canción del verano (o en tortilla de patata)o si el galardón estival recaerá sobre el Waka-Waka de Shakira o cualquier otra musiquilla pegadiza que haga bailar en las berbenas de los pueblos tanto a los niños de siete años como a sus abuelas de setenta. Pero si sabemos cual va a ser el tema que ocupará el top de las listas informativas en otoño: el euro.
Cada vez son más los expertos que afirman que la unión monetaria es insostenible, resultando el único argumento a favor de la moneda única la espectacular crisis en la que se sumergiría la economía mundial si el euro desaparece. No puede desaparecer porque sería un caos pero es un caos mantenerlo.
La salida de la UEM de un solo país tendría unas consecuencias muy graves para los mercados. Una completa ruptura (cito literalmente un informe de ING) tendría efectos que superarían al colapso posterior a la quiebra de Lehman Brothers. Esto parece claro y pocos ponen en duda el efecto devastador de esa desaparición.
Pero también resulta cada vez más clara la insostenibilidad de la unión monetaria actual, debido a la multiplicidad de políticas fiscales y a los diferentes niveles de desarrollo económico de sus miembros.
A partir de ambos argumentos (si desaparece el euro vendrá otra crisis internacional similar –si no más grave- a la vivida entre 2008 y 2009; pero el euro tal y como está concebida hoy en día la UEM no es sostenible) solo hay dos alternativas: asumir su desaparición y el que más chifle capador; o comenzar cuanto antes a redefinir la política económica y fiscal de la zona euro.
La semana pasada un analista (el estratega de inversiones de Investec Asset Management, Max King) no se cortaba un pelo al afirmar en una entrevista de la CNBC que “el euro es insostenible y se derrumbará en los próximos meses. Todo el mundo, los políticos europeos, las instituciones europeas, los inversores, incluso Roubini están en la negación. El euro es insostenible y se enfrenta a un miércoles negro. Y es muy probables que suceda este otoño”. Tal vez estemos ante un caso de eyaculación precoz la de éste King y unas cuantas semanas sea un plazo de tiempo demasiado breve para asistir al desastre; pero no es menos cierto que cada vez son más los economistas que hablan del colapso del euro en los próximos años (a lo largo de esta próxima década o la siguiente) si no se acometen profundos cambios.
Esta situación se me antoja el guión perfecto para una película de Hollywood: el científico (en este caso economista) acusado de chiflado que advierte del colapso del euro (cual meteorito que se acerca a la tierra) en varias semanas mientras la comunidad científica (el resto de economistas) se dividen entre quienes piensan que el meteorito pasará de largo y quiénes piensan que tal vez nos alcance en los próximos años, pero en todo caso de refilón. Mientras tanto, el observatorio (en este caso el banco ING) nos adelanta un informe de daños: si el meteorito roza la atmósfera de la Tierra (es decir, si Grecia sale del Euro) los daños (económicos) solo afectarán a ese país (una caída estimada de su PIB del 7,5%) mientras que sus vecinos (la zona euro) apenas notarían sus efectos (una caída del 1%). Pero si el impacto es directo (si el euro se desmonta) las economías de los países (que pasarían a llamarse exEurozona) caerían entre un 5% y un 9% y los precios de los activos se desplomarían. Y después del impacto seguirían los problemas: las nuevas monedas de las “economías periféricas” probablemente se depreciarían un 50% o más (la semana pasada el historiador José Varela Ortega dijo que de ser así veríamos un dólar a 600 pesetas) y las tasas de inflación se describirían mediante dos dígitos. Tampoco los alemanes o los franceses escaparían a la crisis: entrarían en deflación al apreciarse sus monedas (que serían consideradas activos seguros).
Un premio Nobel de Economía (Amartya Sen, galardonado en 1998) ha declarado (también en la CNBC) que el euro ha sido (y que ya lo dijo en su día) un gran error:
“ahora estamos atrapados dentro y si saliéramos sería el segundo error más grande, ya que generaría una gran cantidad de pánico y preocupación”.
Un gran error no se subsana con otro error más grave. Solo nos queda una misión (todos los países hemos de trabajar en equipo, como en las películas, para evitar que el meteorito acabe con nosotros): el euro debe ser salvado. Los países fuertes (léase Alemania) han de hablar alto y claro a sus ciudadanos: de la misma manera que en su día tuvieron que pagar la caída del Muro y la reunificación, y más adelante la modernización de países como España, Grecia y Portugal mediante fondos de cohesión, ahora han de contribuir a la supervivencia de los miembros más débiles de la Eurozona. Dinero para la reunificación, dinero para la integración y ahora dinero para la salvación. La Unión Monetaria tiene que ser salvada a toda costa.
Ójala la canción del otoño sea "God Save del King" (me refiero al citado Max King, el economista que advierte de la inminente llegada del meteorito). ¡Que Dios nos salve del tal King! (de sus profecías apocalípticas quiero decir)
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